Es un local único, en el que el cristal opaco y la resina son los elementos protagonistas de la decoración. Los hermanos Adriá vuelven a marcar la tendencia del restaurante del futuro en Barcelona. No hay pan, ni al principio, ni a medio menú, ni al final. Para entrar en “Enigma” tienes que introducir el código electrónico que te envían cuando formalizas la reserva y adelantas 100€ por persona para garantizar que no les vas a dejar plantados.
Pero empecemos por el principio. Tras la apertura de la puerta con tu ID se asciende por una rampa que da acceso a la primera sala, donde te ofrecen un caldo cuya pretensión es más bien limpiarte la boca y preparar tus papilas para el “show”. En Enigma hay show, sí, pero todo tiene un sentido y está perfectamente estudiado.
Los aperitivos se sirven en la cava, la forma que tienen de llamar a la sala en la que elegir el vino o sake que te acompañará durante la noche. Divertidos sin más. La verdad es que te ponen en la tierra y te bajan las altas expectativas iniciales. Igual hasta eso está hecho adrede.
Tras decantarnos por una manzanilla amontillada, La Bien Pagá, y un champagne de Agrapart, comienza el verdadero espectáculo. Hay que cambiar de sala, y donde antes estaba la estación de coctelería ahora hay una barra de pescado crudo fantástica. Te recibe Oliver Peña, el jefe de la banda, que domina la palabra casi tanto como la cocina y trasmite pasión en lo que presenta, aspecto que se agradece y te hace disfrutar más.
Caviar, ostra, huevas de salmón salvaje sin pasteurizar, angulas, salmonete marinado tan solo 15 minutos en sal... un despliegue de producto que marca claramente el camino del futuro. Lo estábamos perdiendo, cada vez quedan menos templos de las materias primas, de la excelencia en estado puro, y eso sí que emociona. Ya en el comedor, denominado “dinner”, empiezan a desfilar más productos pero con un despliegue de fondos, técnicas y elegancia con mucho sentido común. Es como si Albert y Ferrán, que permanece en un segundo plano pero todos sabemos que su peso
es más que importante, se hubieran cansado de esferificaciones y artificios, como si hubieran dicho “ahora vamos a hacer la cocina que nos gusta comer”. En el menú de Enigma, que cuesta 220€, hay mucho sabor. Por la mesa desfilan alcachofas, ortiguillas con crema de anchoas, nube de setas escabechadas, erizo de mar con boniato... Diez platos a cual mejor, con la sorpresa añadida de comenzar por los mas potentes, como era el pichón, y finalizar con una ensalada de aceite y el plato de tres leches.
Tan solo una de las creaciones no me convenció. Una carne de Wagyu napada por una salsa que me recordaba a la sobrasada pero que en realidad eran erizos de mar.
Demasiado tapado el ingrediente principal. Otro elemento diferencial del restaurante es que los platos te los enumeran después de degustarlos, algo divertido por un lado porque el conocer los ingredientes te puede condicionar y tu memoria busca referentes y comparativas, y un juego en el que los comensales intentan adivinar el contenido del plato.
Llegado un momento toca levantarse de nuevo y visitar a Guilherme Furtado en la plancha, donde prepara en apenas diez minutos cinco platos más, un canelón de blini,
huevas de trucha y crema ahumada; calamar con soja, espardenya (en realidad el interior, porque el exterior ya lo habíamos degustado en La Barra), guisantes con alcaparras y trompeta con trufa, fantásticos todos, impresionantes.
Una vez de vuelta al comedor, quizás aquí empiezas a notar que son demasiados cambios de escenario, se remata la parte salada y comienza a desfilar lo dulce, apreciándose un ligero descenso de nivel. Como colofón, el último Enigma, adentrarse en una coctelería anexa donde se presentan dos cócteles y seis petit fours. La experiencia es fantástica, placentera, divertida y muy gastronómica. Hay emoción en muchos platos, algo que echo de menos en varios estrellas Michelín. No hay nada sobre la mesa (salvo un tomate), se han despojado de lo superfluo. No hay un servicio encorsetado, sino un equipo de gente joven comandado por Cristina Losada con una sonrisa y mucho saber hacer, brillante. Enigma es la experiencia gastro con más sentido del siglo XXI. El verdadero enigma está en el sabor, y en como logran que platos sofisticados parezcan sencillos.